Negro en un país de morenos
“Estábamos en una habitación de unos seis o siete metros cuadrados. En una esquina iban todos a orinar, pero cada vez que alguien iba, los orines corrían por el suelo de toda la habitación y no había cómo apartarse. Allí habíamos veintiséis.” Esta es la transcripción de una nota de voz vía Whatsapp que me acaba de enviar mi hijo tras pasar una noche encerrado en una comisaría de la policía. Para aquellos que no lo sepan, tengo la fortuna de tener tres hijos, uno blanco, uno negro y otro más negro. Esto le ha ocurrido, por supuesto, al tercero de ellos. Anoche, mientras el chaval echaba una partida al billar con unos amigos, paró un camión de la policía frente al colmado (como llaman aquí a ese tipo de locales) y comenzaron a meter en él a todo el que no tuviera su documentación legal a mano. Por desgracia, nuestro hijo tenía sus documentos en el coche aparcado a un par de calles de allí, y al no poderlos enseñar, se fue en el paquete de desgraciados que les tocó anoche. El c